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viernes, 30 de marzo de 2018
Salem
(Lamentos
de una bruja)
Mi cuerpo
sigue ardiendo incesantemente,
mi grito aún
se escucha retumbar en el ambiente.
Aquellos ojos
solo me miran sin pestañear,
entre
letanías e improperios que no pienso perdonar.
La luna aún
no viene por mí,
todavía no me
siento levitar.
La hora del
maligno,
el balido de
la cabra,
pronto se
manifestarán.
La tarde
agoniza,
los
inquisidores se marchan pensando no haber obrado mal,
hoy siete
niños desaparecerán,
y de estos
leños ahora calcinados,
mi cuerpo resucitará.
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lunes, 26 de marzo de 2018
domingo, 25 de marzo de 2018
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sábado, 24 de marzo de 2018
El embrujo
Álvaro aún tenía la mirada perdida aquella noche en el tanatorio, todo había pasado muy rápido; los síntomas raudos de la enfermedad, la agonía, el desconcierto y la posterior muerte no fueron suficientes para situarlo en tan hórrido escenario. No habían transcurrido más de cinco años en los que tuvo que sepultar a su padre, y ahora su madre yacía recostada en aquel auspicio, entre lamentaciones y lágrimas; y con la tapa del féretro, prudentemente cerrada para todos.
Mientras los minutos transcurrían en aquella estancia fúnebre, él no hacía más que pensar en los últimos instantes de vida de su madre, mientras casi sin sentirlo realmente, saludaba y recibía las condolencias de las diversas personas que se iban congregando en el lugar. Con rostro desencajado y con una rara sensación de inconformidad por lo acontecido, no dejaba de pensar en aquella tarde en el hospital. Las sentencias del médico fueron categóricas: Ofelia había muerto de un cáncer anómalo pero progresivo que fue rápidamente descomponiendo las células y tejidos de su cuerpo. La especificación en cambio no fue precisa, la argumentación oral del galeno a la familia sostenía un tipo aparentemente extraño de carcinoma nasofaríngeo, que invadió con una velocidad letal el cuello y el rostro, ocasionando la tumefacción grotesca de la garganta, los ojos y sobre todo la lengua.
A pesar de que estas explicaciones pudieron dejar conformes a Emma y Nora, hermanas de Álvaro, este se mostró reticente, puesto que la inflamación se hallaba también en sus pies y tobillos, cual leños de troncos prominentes que aparecieron velozmente en su cuerpo, antes de que feneciera una semana después, con la posterior tumefacción de su rostro.
—¡No lo puedo concebir! —dijo Álvaro—. ¿¡Qué enfermedad acaba en días con una persona dejándola con el cuerpo inflamado y con el rostro completamente desarraigado de su estado original!? ¡¿Qué?!”.
Todo eso no lo podía decir más que para sus adentros, él se había alejado hace mucho de la casa de sus padres, y no quería llegar de la nada y cuestionar sobre estilos de vida o enfermedades. Era la sensación de impotencia y desconcierto lo que no lo dejaba tranquilo.
Prosiguieron los días después del entierro, fueron escenas que más que lamentables parecieron protocolares. Los familiares no volvieron a llamar durante semanas, la casa lucía más solitaria, ya no estaban sus padres en aquel hogar que duró sesenta años de gloria, solo las hermanas dedicadas a sus múltiples oficios, entre ellas las de ser también madres. Álvaro decidió quedarse un tiempo a vivir con ellas.
—Toda mi infancia la pasé aquí —decía.
Y, además, notó claramente que sus hermanas, madres solteras ambas, no se daban a vasto con sus ocupaciones y sus hijos, y la llegada de su hermano siempre sería un acicate bienaventurado para ellas.
Al pasearse por las habitaciones y corredores de la casa, él no pudo evitar la sensación de sentirse culpable por su pronta partida, fue el primero y el único que decidió alejarse para buscar una libertad más reconfortante, longamente alejado de las miradas inquisidoras de sus padres. Él quería realizar sus sueños, aquellos que nunca pudo cumplir tales como terminar sus estudios, formar un hogar, poder sentirse realmente realizado, entre otras muchas cosas más, pero eso ya no importaba ahora, por más que pasaron los días él no hacía más que pensar en esa tarde en el hospital: apoltronado en la sala de estar debido al cansancio del viaje, su madre en la cama, completamente irreconocible, ni siquiera con algo de compañía; pues los médicos recomendaron que por su apariencia esta se encuentre alejada de los demás pacientes. Eso era comprensible para Álvaro, su madre era un ser deforme, con los ojos sumamente henchidos, rojos y con las venas cada vez más sobresaliendo de sus retinas, fue espantoso. Ella no podía hablar, su lengua se había transformado en algo que, más que una lengua, parecía un trozo de carne viva y ensangrentada, tan abultado que no inspiraba más que repugnancia. Esa imagen destemplaba a Álvaro, no podía creer que ni siquiera en el ocaso de la vida de su madre la haya podido mirar con los mismos ojos de siempre.
Al pasar el tiempo, pero con esa imagen patente en cada minuto de sus días, Álvaro reanudó su vida habitual, decidido a seguir en la casa de sus padres se vio obligado a ir cambiando algunos hábitos de su rutina. Vivir en ese lugar le implicaba despertar más temprano para llegar a hora oportuna a su centro de labores. Para él no significaba mucho esfuerzo, desde muy joven se acostumbró a llevar una vida responsable, y con diligente aplomo, salía cada mañana muy temprano a poder realizar sus jornadas llegando a casa cuando la noche ya adornaba el cielo citadino. En un principio le fue extraño alternar con sus antiguos vecinos, durante más de quince años estuvo acostumbrado a las insípidas charlas de plantas inmobiliarias, se había acostumbrado a la moderna insociabilidad urbana, y volver a vivir en la casa de sus padres le forzó a que, de vez en cuando, se encontrara con algún vecino que se detuviera a hablar de la sensible muerte de su madre o de algún tema vinculado con la vida de Álvaro.
Así, entre tertulias y trabajo, pequeñas reuniones con sus hermanas y sus sobrinos, sobrevinieron los días y semanas. Las heridas progresivamente se iban cauterizando y, sin darse cuenta, Álvaro ya se estaba sintiendo cómodo en su antigua casa. Las razones quizás eran aparentes, ahora de alguna manera tenía una familia, alguien con quien charlar, personas con quien compartir su vida, elaborar planes y, sobre todo, el poder recordar los sensibles momentos de agonía de su madre. La vida en aquel hogar, hace un tiempo desdichado, empezaba a cobrar brotes de paz y júbilo entre ellos.
Un día domingo, cuando todos se hallaban expectantes al almuerzo, Nora servía la mesa como era habitual en sus dotes de buena cocinera, mientras Emma iba acomodando las vajillas para iniciar lo que sería un plácido almuerzo familiar. Ya pasada menos de una hora, se encontraban en la mesa Nora, Emma, Álvaro, Daniel y Olivia, estos dos últimos hijos de Nora y Emma respectivamente. La tarde irradiaba un sol rutilante, el almuerzo constaba de asado de pato con ensalada de espárragos y lechuga, mientras un refrescante jugo de limón parecía socorrer las altas temperaturas de ese momento.
—¿Qué te parece el asado? —preguntó Nora a Álvaro, mientras este, entre dientes y disfrutando aún el buen sabor, hacía un ademán como dejando a entrever que estaba suculento.
—Ayer recibí un correo de Brenda, se enteró por unas amistades lo de mi madre y me dio sus condolencias. Álvaro, ¿todavía te comunicas con ella? —comentó seguidamente Emma, como tratando de hacer conversación
Un ligero desconcierto fue naciendo del semblante de él, mientras brevemente le respondió a su hermana que no sabía nada de ella, y aquello era cierto, hace mucho tiempo no sabía nada de su exesposa, exactamente diez años de aciaga separación. Fugaces remembranzas le hicieron recordar su breve matrimonio, la tensión se fue incrementando, poco a poco llegaron intermitentemente sucesos pasados, su delirante enamoramiento, su decisión fugaz de casarse, la rauda noticia a la familia, los intempestivos preparativos, toda la energía propia del amor en su cenit; pero después devendría aquello que rompería aquel encanto: la convivencia, la rutina, el hecho mismo de paulatinamente ir conociendo realmente a Brenda; ella fue desnudando sus más brumosos secretos ante él, su pasión por la lectura no acababa solo en eso, su interés por los libros de ocultismo fue creciendo en desmedida, algo que Álvaro nunca lo supo al estar de novios; fue recién en el tiempo de casados cuando se enteró de aquello e, incluso en ese entonces, no le parecía más que un extraño gusto bizarro por el terror y la hechicería. Lo peor vendría más adelante, pero antes de aquello, a los dos años de convivencia, la felicidad parecía retumbar su hogar, la espera de gemelos era la gentil albricia de su vida; de pronto, la rutina y los defectos de su mujer parecían diseminarse en una comprensión ecuménica. Ya poco era intolerante, incluso esa extraña afición de su esposa por el ocultismo dejó de ser más que un entretenimiento personal que ella fue eclipsando por la espera de sus hijos. La dicha parecía tocar la puerta de Álvaro, y él, presto y expectante, la deseaba recibir con los brazos de par en par.
El comentario de Emma seguía siendo punzante en la memoria de Álvaro, sus recuerdos no hacían más que volverlo a atormentar; sus traumas al parecer no habían cicatrizado, todo en su mente se trastocó nuevamente, Brenda nunca le pudo dar aquellos hijos, ella los perdió a los ocho meses; fueron circunstancias desoladoras para él, nunca pensó que la muerte rondaría su vida de una forma tan inescrupulosa; años después, con la muerte de su padre y ahora con la de su madre, se daría cuenta de que su desgracia no había finiquitado. Esos días fueron inmarcesibles, Brenda no fue la misma después de aquel suceso fatídico, Álvaro trató de ayudarla, de estar con ella, lo mismo hicieron ambas familias, pero todo fue en vano; los días eran largos, las sesiones psicológicas no tuvieron más fin que las posteriores sesiones psiquiátricas.
A pesar de que él también las necesitaba, trataba de cobrar fuerzas para poder socorrer los impredecibles arranques nerviosos de su mujer. Brenda definitivamente ya no era la misma, aquella mujer elocuente, sonriente y con interés en la lectura nunca volvió a ser igual, la agonía iba soterrando las vidas de ambos, hasta que un día al llegar del trabajo, Álvaro contempló lo que sus ojos jamás pudieron concebir en su hogar, los muebles se hallaban destrozados, el piso ensangrentado y su mujer como arrojada al suelo, con el vientre marcado por la hoja de un cuchillo de cocina, las líneas todavía emanaban la sangre de su estómago, mientras ella yacía inconsciente en el piso de la sala, Álvaro fue rápidamente a auxiliar a su mujer, sin percatarse después de un tiempo que los trazos delineados por aquel afilado cuchillo no eran un intento de suicidio, eran el preludio del delirio, la locura que reposó poco a poco en Brenda hasta asentarse definitivamente en ella. Al abrazarla firmemente, logró visualizar lo gráficamente espeluznante, Irma y Andrés, esos eran los trazos marcados de forma incipiente y nerviosa, esos eran los nombres de los hijos que ellos esperaban dichosamente.
Lo que aconteció en los próximos días fue el epílogo del amor, Brenda fue diagnosticada con síntomas de esquizofrenia, la sentencia fue definitiva al grado de sugerir que no era pertinente tenerla en espacios sociales, para Álvaro la decisión fue tan dolorosa como ver perder a sus vástagos no natos. Por consejo de los médicos y de la familia, Brenda tenía que permanecer en un centro de salud mental. Un año entero él la visitaba sin avizorar ningún atisbo de cordura o mejora, ella no lo reconocía, solo recitaba frases en un ininteligible latín, tal vez recordadas de sus innumerables lecturas sobre ocultismo. En aquellas palabras invocaba al demonio, emulando una especie de pacto para volver a la vida a sus hijos, solo hacía eso una y otra vez. Ver esa escena cada día fue más de lo que Álvaro pudo soportar. Después de unos meses de estéril terapia, un día jueves, para ser exactos, Álvaro despertó, sin pensarlo cogió sus pertenencias y se fue del país. Había decidido abandonar el pasado y con él a Brenda, el recuerdo de sus hijos fenecidos y todo su cariño familiar.
Fueron años muy luctuosos en el exilio de sus pesadillas; para él, las cosas no parecían justas, sin meditar que casi nunca lo son. Sin embargo, era admirable como después de esto sus cimientos anímicos se hallaban impertérritos. Él siempre había sido una persona serena y estable en sus razones, no se dejaba dominar por las pasiones, aunque su decisión de abandonar todo lo hizo, en cierta forma, por darse cuenta de que ya nada tenía solución. Su egoísmo, desde cierto punto de vista, no podía ser considerado como tal, pues huyó de la locura, de la sinrazón de ver que todo lo bello que habitaba en su mundo se había destruido, y él era lo único que quedaba en pie; en todo caso, Álvaro había huido para preservar lo único estable que permanecía de toda esa desgracia.
Las familias de Álvaro y Brenda comprendieron eso desde el primer momento de su decisión, y ambas fueron poco a poco alejándose mutuamente hasta dejar todo en un recuerdo. Por ello, su madre y sus hermanas nunca atinaron en informarle sobre las pocas noticias que iban obteniendo de la paulatina mejora de Brenda, hasta su dada de alta en aquel centro de salud metal. Siempre prefirieron tenerlo todo de forma secreta, con el fin de que Álvaro pueda rehacer su vida en tierras lejanas. No obstante, aquellas palabras de Emma sobre su comunicación con Brenda, soterraban cada recuerdo de Álvaro impiadosamente, aquel dilema moral de si fue o no buena idea irse volvió a irrumpir su ansiada vida sosegada. ¿Qué culpa tuvo Brenda de perder a sus hijos?, ¿qué hubiese pasado si él se hubiera quedado con ella?; eran preguntas que nunca quiso recorrer su mente, atinando por la huida honrosa que lo haga olvidar lo acaecido. Simplemente, no tuvo paciencia para soportar aquello que lentamente se fue pudriendo entre la rutina, la muerte y la locura.
Poco después, él tomó la decisión de hablar con su hermana de manera más explayada, fueron muchas preguntas pero pocas respuestas las que pasaron por su mente. Fue una tarde mientras Nora estaba trabajando, cuando, sentado en la sala, logró vencer el mutismo que siempre lo caracterizó sobre su vida personal, y le preguntó súbitamente a su hermana:
—¿Qué han vuelto a saber de Brenda?
Esa pregunta admiró a Emma, la desconcertó para ser más exactos, nunca ella y su hermano habían tocado temas de ese tipo y, en el fondo, ella siempre quiso contarle sus problemas y esperar un consejo o un apoyo, y esta vez, no dejaría de atender a ese pedido de su hermano.
—A decir verdad, en los últimos meses supimos más de ella que en los últimos años —respondió ella—. Espero no lo tomes a mal, pero entre mi padre y mi madre, que en paz descansen, decidimos no contarte nada, ya que no quisimos llenarte de recuerdos que tal vez ya no quisieras saber. Además, al final, no solo supimos de su recuperación por parte de sus familiares; sino también, recibimos una tarde su inopinada visita.
Esas últimas palabras emitidas de la boca de Emma desencadenaron una profusa curiosidad en Álvaro, curiosidad que no hizo más que pedirle que continuara contándole sobre aquella inusitada visita de Brenda a la casa, después de muchos años de internamiento psiquiátrico.
—Ella estuvo aquí hace más o menos dos meses, primero llamó por teléfono, se comunicó con mi madre y después de una charla quedó en venir a la casa, lo cual hizo a los días de haberlo dicho —dijo Emma.
—¿Es cierto eso Emma? —dijo Álvaro con algo de tensión.
—Así es hermano, francamente, ella había cambiado, me esperé encontrar a una mujer convaleciente y con la apariencia desgastada por años y años de terapia intensa pero no, al contrario, se veía esbelta y arreglada al punto de pensar que fuese otra. Lo siento si te recuerdo esto hermano, pero no olvido aquella vez que la vimos en el psiquiátrico con todas esas personas y con chaleco de fuerza pronunciando aquellas maldiciones una y otra vez, ella era otra, Álvaro.
—Mmm… Olvídalo Emma.
—Sin embargo, su conducta seguía siguiendo la misma; conversadora, alegre, pero, eso sí, algo misteriosa. Eso solo puedo especularlo, solo puedo decir que tuve esa sensación en algunas frases sueltas por ella, en alguna mirada perdida, sobre todo cuando le contamos que no vivías en el país. Su rostro cambió brevemente haciéndome sentir en ligero escalofrío.
—¿Eso notaste? —dijo Álvaro.
—Sí, tú sabes cómo era mamá, ella nunca fue muy delicada para decir algunas cosas. No obstante, después de ese comentario, Brenda solo atinó a decir que eso fue ya hace buen tiempo, y que al final, lo llegó a entender. Es todo lo que te puedo contar hermano, luego me retiré ya que tenía que ir a recoger a Daniel al colegio. Posteriormente a eso, mi madre nos contó a Nora y a mí que, aunque su visita fue muy extraña, le dio la sensación de que había superado el pasado.
Álvaro comenzó lentamente a mirar al vacío, su rostro se fruncía a cada recuerdo y pensamiento sobre lo comunicado por su hermana. Ella lo miraba, y como era de esperar, comprendía el desencajamiento de su hermano.
—Hice lo que creí indicado en ese entonces —dijo Álvaro con voz tenue, mientras esta se acercaba a recoger su taza de café.
Álvaro no lograba comprender la razón de la visita ni el porqué de la conducta de Brenda, semanas después de esa conversación con Emma, quien, luego de ese último correo con las sentidas condolencias por la muerte de su madre, no supo más de su excuñada. Fue justo en esos días que, a la salida del trabajo de Álvaro, una mujer lo esperaba impaciente, él nunca pensó encontrarse con alguien en esas condiciones.
—Hola, me llamo Laura, soy amiga de Brenda —dijo la mujer—. Tú eres Álvaro, ¿no?
—Sí, creo que alguna vez Brenda me comentó sobre ti. Fueron amigas desde la infancia, ¿no?
Sí —dijo Laura—. A decir verdad, desde hace un tiempo ella y yo estamos distanciadas. Yo ahora no sé de ella, y, ciertamente, no pude continuar con esta intriga y traté por todos los medios de ubicarte y al llamar a tu casa hoy, tu hermana me dijo dónde trabajabas.
—Mmm ¿intriga?... Bueno, ya lo hiciste —dijo Álvaro—. Pero ¿qué deseas decirme? ¿De qué intriga me hablas? Ciertamente no entiendo.
—Disculpa, ¿podríamos ir a sentarnos a algún lado? —repreguntó nerviosamente Laura—. Creo que he sido muy violenta con esto, pero me gustaría explayarme más sobre el tema.
—Te entiendo —dijo él—. Conozco un café aquí cerca donde podríamos hablar tranquilamente.
Álvaro la llevó a aquel lugar entre sorprendido y dudoso, caminaron hacía dicho destino conversando someramente sobre algunos detalles de ambas vidas.
—¿Por qué me has venido a buscar de esta forma tan misteriosa? —preguntó él al llegar y sentarse en dicho ambiente.
—Disculpa nuevamente, pero no encontré otra manera, no quise ir a tu casa porque no la conocía y porque además me pareció el lugar menos adecuado para hablar de lo que te tengo que contar.
—¿Es que es algo malo? —dijo Álvaro más intrigado aún—. ¿Qué puede ser tan secreto como para decírmelo? Lo siento, Laura, pero no te conozco más que por referencias breves de Brenda, pero, de igual forma, aquí estoy para que me cuentes.
Laura cogió sus manos medio temblorosas y empezó a contarle sobre Brenda.
—Mi razón por venir a buscarte es la razón que considero tiene toda persona al saber que otra que conoce estuvo obrando mal. La verdad, te resultará extraño saber esto porque tengo entendido que recién has llegado de extranjero, pero cuando Brenda salió del manicomio seguía con conductas ajenas a la cordura.
—Bueno…no sé a qué refieres exactamente con eso —dijo Álvaro—.
—Es cierto que daba la apariencia de haber mejorado sustancialmente, e incluso yo pensé lo que todos notaban en ella, pero fue al oírla, era al oírla, Álvaro, lo que me recorría de escalofríos la piel. Después de salir del manicomio pasábamos más tiempo juntas, ella recibió de su padre un pequeño departamento en el extrarradio de la ciudad, y con el tiempo quedábamos en reunirnos en aquella vivienda. Sin embargo, bastó una única vez que fui de forma inesperada a su casa para no dar fe a lo que veía. Aparentemente, era una casa normal, bien arreglada y ornamentada al igual que el atuendo físico en ella. Un día, de casualidad, pude ver una de las habitaciones que tan celosamente ella tenía bajo llave, fue perturbador ver lo que presencié…
—¡Espera! ¡¿A qué te refieres?! —dijo Álvaro tratando de no turbarse.
—¡Álvaro! Toda su habitación lucía un color rojo sangre, con luces que simulaban velas o cirios, había libros viejos, animales disecados y un atrio donde destacaba un animal con cuernos justo en el centro de la pared, parecía un venado o una cabra no lo sé… Yo nunca fui muy entendida sobre eso, pero tampoco era ingenua, esa mujer realizaba actos de brujería en aquel lugar.
—¿Brujería? ¿Estás segura Laura?
—Sí. Y esa fue la última vez que fui a su casa, atiné solamente en ir alejándome de ella, no quería que se diera cuenta. Me fue entrando un miedo por todo lo que podría hacerme a mí o a mi familia, hasta llegar al punto de distanciarme de ella por completo. Fue en ese entonces que tuve que salir de viaje por trabajo, estuve tres semanas en Buenos Aires, y un día al abrir mi correo, recibí un mensaje de ella en el cual me informaba que había muerto tu madre. Fue como volver a vivir el miedo, recordé la imagen maléfica de esa habitación, y eso me hizo recordar algo que una vez Brenda me contó: ella me dijo que pagarías por aquella traición de haberla abandonado. Hasta yo supe por su familia que te fuiste hace años por verlo todo destruido, y pude entenderlo en cierta forma, pero en ese momento, me pude dar cuenta de que ella no solo no lo pudo olvidar, sino que deseaba vengarse. Yo traté de hablar con ella, pero luego se puso a sonreír, diciéndome que solo era una broma y que me olvide de aquello; yo lo hice —creo que eso fue un error—, lo siento, quería creer que fue por haber tomado de más aquella tarde en su casa, que todavía estaba algo dolida y que fueron expresiones al aire, pero fue en aquel mensaje en que todo me vino de golpe, y una corazonada me dijo, claramente, que ella tuvo que ver con aquel deceso de tu madre.
Álvaro no daba crédito a lo narrado por Laura, su mente se comenzó a descontrolar desmesuradamente, recordó aquellas lecturas oscuras de Brenda, su enloquecimiento, sus imprecaciones extrañas, la forma en que la encontró aquel día tirada y con el vientre marcado con un cuchillo. Brenda había vuelto para vengarse, esa fue su conclusión. Laura trataba de disculparse aún más, pero ya nada importaba, solo la indignación, la furia y el ineluctable remordimiento de no haber solucionado las cosas en su momento. Breve fue el tiempo de despedirse de la amiga de Brenda, ella lo comprendía, y de alguna forma su conciencia se hallaba apaciguada por haber declarado tan macabros detalles.
Luego de aquel encuentro con Laura, Álvaro se fue a su casa, como impulsado por algo que conduciría a la explicación de tan oscuro misterio, llegó y, reflexionando en la puerta, trató de calmarse, las palabras de esa mujer fueron verídicas pero no del todo contundentes. Al serenarse cada vez más, quiso meditar y no mostrar exacerbación o miedo en frente de sus hermanas y sobrinos, al estar más calmado, ingresó a su hogar, y al entrar en la sala, se percató de que sus hermanas estuvieron haciendo una limpieza general a la casa, no lo hacían desde la muerte de su madre. Una vez en frente de ellas, Nora se dirigió hacia él para mostrarle algo que pondría fin a la cordura de Álvaro, mientras Emma se hallaba sentada en el mueble como ausente de todo. Nora tenía entre sus manos una muñeca de trapo repleta de alfileres en la boca, la garganta, el vientre, las piernas y con un nombre en el pecho que decía Ofelia.
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